El obispo de Quilmes, monseñor Carlos José Tissera, presidió en la capilla del obispado la misa crismal, concelebrada por el obispo auxiliar, monseñor Marcelo Margni.
La Eucaristía contó con la presencia del vicario general de la diócesis, presbítero Caros Abad y el párroco de la catedral, presbítero Oscar Marchessi, y la participación virtual del obispo emérito de Quilmes, monseñor Luis Stöckler; el obispo emérito de Río Gallegos, monseñor Juan Carlos Romanín; sacerdotes y diáconos de la diócesis, y el pueblo de Dios que siguió la transmisión en Facebook.
Durante la misa, fueron renovadas las promesas de los sacerdotes y diáconos, y se bendijeron los Santos Óleos. En su homilía, monseñor Tissera explicó que “la Misa Crismal tradicionalmente se celebra en el umbral mismo del Triduo Pascual. La realidad impuesta por la pandemia que sufrimos, hizo que no lo pudiéramos hacer así, con la asistencia de todos los sacerdotes y diáconos, de las religiosas y religiosos, de todo el pueblo fiel de Dios. Gracias a la tecnología actual, podemos estar participando de modo virtual de esta postergada celebración, muy cercanos a la solemnidad de Pentecostés, con la que culminamos el tiempo pascual”.
“Junto a los signos del pan y del vino, tenemos el signo del aceite. Con estos aceites hacemos presente en nuestra vida a Cristo, el Ungido del Padre, que nos consagra hijos suyos en el Bautismo, nos hace sus testigos en la Confirmación, nos fortalece en la lucha contra el espíritu del mal, nos alivia y cura en las enfermedades, y nos consagra como sacerdotes para siempre”, detalló.
En el marco de la pandemia, monseñor Tissera utilizó la imagen del “buen samaritano” para reconocer el trabajo puesto al servicio de muchas personas en este tiempo: “Los que caminan nuestras calles y pasillos de las villas, llevan viandas y mercaderías a las familias; las samaritanas y samaritanos que cocinan en las ‘ollas populares’; las personas que se acercan a los infectados, los vendan con sus cuidados sanitarios, los cargan sobre las camillas y los llevan en las ambulancias; los que trabajan en los laboratorios, confeccionan barbijos y envasan alcohol; los que investigan y procuran desde la ciencia contrarrestar el avance de la pandemia; los que se ocupan de la educación de niños, adolescentes y jóvenes”, enumeró.
En ese sentido, valoró a “los samaritanos y samaritanas que están reponiendo mercadería en los mercados y nos atienden en los negocios; los que cuidan la seguridad de nuestros barrios y centros urbanos; quienes transportan a la gente a sus trabajos esenciales; los que se ocupan del servicio en las casas de personas en riesgo; los que cuidan y atienden a los enfermos y ancianos; los comunicadores que transmiten noticias verdaderas y que ayudan a la población a estar bien informada; los que ejercen la autoridad civil como un servicio, privilegiando la salud de las personas y su bienestar integral dentro de las posibilidades; los que contienen a los más frágiles con la escucha, los consejos y el cariño”. En palabras del Papa: “Anónimos samaritanos y samaritanas, voluntarios y voluntarias que, como tantos otros, comprendieron que nadie se salva solo”.