Una mujer que fue torturada y violada durante su cautiverio en distintos centros clandestinos de detención durante la última dictadura militar relató sus padecimientos en el juicio que se sigue en La Plata contra 17 represores, entre ellos Miguel Etchecolatz.
“Nos queda un dolor que no se va nunca, ya muchos compañeros se fueron, y a mí no sé cuánto me queda, por eso estoy acá, recordando, recordando a los compañeros muertos y esto causa mucho dolor y los genocidas no sé si se nos ríen recordando lo bien que hicieron torturándonos, violándonos, yo les veo la cara de satisfacción”, dijo Lidia Biscarte (76).
La mujer brindó testimonio ante el Tribunal Oral Federal N° 1 de La Plata, que desde el 27 de octubre último juzga a los represores por los secuestros, torturas, crímenes y abusos sexuales cometidos contra casi 500 víctimas alojadas en los centros clandestinos del Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y El Infierno, en Lanús.
Biscarte, delegada sindical que trabajaba en el Puente Zárate Brazo Largo, fue secuestrada el 27 de marzo de 1976, cuando fuerzas militares irrumpieron en la casilla donde vivía, en un asentamiento de Zárate, y tras golpear y maniatar al hijo de 8 años de la mujer, la redujeron y trasladaron a la comisaría de Zárate, iniciando un recorrido que incluyó el paso por la Prefectura de Zárate, el Arsenal Naval, el barco Murature, el Pozo de Banfield, Campo de Mayo y el penal de Olmos.
En todos esos lugares la mujer fue torturada con picana eléctrica, con la aplicación del llamado submarino seco y violada de manera reiterada. “Necesito que usted doctor (en alusión al presidente del Tribunal, Ricardo Basilico) haga justicia, esto que relato no es una novela, es un dolor muy grande y mis compañeros (de cautiverio) no están para defenderse, por favor, usted está ahí para hacer justicia”, reclamó.
Biscarte contó que en cautiverio “se nos iba la vida todos los días” y precisó que “cuando me secuestraron pesaba 64 kilos y cuando me liberaron en el penal de Olmos pesaba 33; perdí todos esos kilos por la tortura y los malos tratos, nos tenían como animales, o peor porque a los animales no se los tortura”.
“Este debe ser mi juicio número 20 y a veces siento que venir a un Tribunal no sirve de nada, porque los genocidas están en su casa: quiero que se haga justicia que esto no se repita nunca más, pero nunca más de verdad”, cuestionó. Tras relatar una vez más la tortura con picanas, el retorcimiento de sus pechos, las violaciones, las golpizas, describió su paso por el centro clandestino de Pozo de Banfield, donde no les daban de comer y desfallecían de sed, por lo que con mucho penar reconoció que, en una oportunidad y desesperada, bebió orina de un compañero.