El Tribunal Oral Federal (TOF) 1 de La Plata, que está integrado por Walter Venditti, Esteban Rodríguez Eggers y Ricardo Basilico, juzga a 18 represores, entre ellos a Miguel Etchecolatz y el ex médico policial Jorge Berges por las torturas, homicidios y ocultamiento de menores en perjuicio de casi 500 víctimas alojadas en tres centros clandestinos de detención durante la última dictadura cívico-militar. El juicio es transmitido por La Retaguardia.
El primer testimonio fue el de Haydeé Lampugnani, quien estuvo detenida en la Brigada de Investigaciones de Lanús entre el 31 de octubre y el 2 de noviembre de 1976. El día del secuestro, ella no estaba en su casa, porque días antes habían chupado a su suegro (Rafael Díaz Martínez) y su cuñado (Juan Domingo Plaza, sobrino del en ese entonces monseñor de La Plata, Antonio Plaza), por lo que se había trasladado a la casa de una amiga junto a sus dos hijos Rafael (4 años) y Gervasio (3). Ella trabajaba en el barrio El Gato realizando promoción comunitaria y formación de la conciencia política. “Aparecen dos autos y se vienen encima, lo último que veo son las baldosas de la vereda”, recordó sobre el dramático día.
“Ese mismo día, me llevan a una comisaría, calculo que es la comisaría quinta (La Plata), y me dicen que me va a pasar lo mismo que a mi marido Guillermo (Eduardo Díaz Nieto, secuestrado en Tucumán el 8 de febrero de 1975), que está desaparecido desde el año 75”, señaló, y luego fue trasladada a Arana, donde estuvo una semana. “Lo primero que hacen es hacerme ver la tortura de un compañero (Mario Salerno); me ataron de pies y manos atrás, con capucha aparte de la benda, y me llevaron a la celda. Al otro día me llevan a torturar y me aplican picana en distintas partes del cuerpo”, detalló.
El siguiente centro de detención fue El Vesubio, donde estuvo poco más de 20 días. “Recuerdo que la sala de tortura estaba conectada por un pasillo donde había una guardia muy violenta, uno de ellos admitía llevar a un niño de 10 años a ver el campo de concentración y desde afuera veían torturar”, señaló. “Me vuelven a pasar por la picana y a recurrir a métodos como entrar a cualquier hora a la celda de los varones y golpearlos. Estuvimos 22 días sin comer, esto lo digo porque aparte de ser un campo de tortura era de exterminio. Nos dieron una sola vez pan, nos daban agua y nos sacaban al patio. Recuerdo también que quema de libros que hicieron”, apuntó. “No sólo era la tortura sino también esta afrenta a la dignidad de la persona”, lamentó, tras relatar que el único baño que recibieron fue en el patio y a manguerazos.
En octubre fue trasladada al centro clandestino de detención conocido como “El Infierno”, al que ella prefiere mencionar como la Brigada de Investigaciones de Lanús para que quede clara la responsabilidad de la Policía. “Éramos seis, nos meten en una celda cerrada y sólo entrábamos parados. Veníamos de 20 días sin comer y casi no podíamos estar parados, entonces nos turnábamos, dos se acostaban y los otros se paraban. Tampoco nos dieron de comer ni nos sacaron a ningún lado”, explicó ante el TOF y las partes. Según comentó, estuvo cinco o seis días allí, hasta que un día se la llevaron junto a Salerno a un descampado y la subieron a un avión. “Supongo que era Campo de Mayo. Estuvimos un tiempo esperando, no se qué, y de repente alguien me pone una pastilla en la boca. Salerno reconoce la voz y le dice que es quien lo había señalado”, mencionó, al tiempo que precisó que el destino era Córdoba.
“El traslado a La Perla prueba la coordinación y sistematización que han hecho en todo este diseño represivo. Paso a ser una secuestrada de la Policía a manos del Tercer Cuerpo de Ejército. Me hacen un interrogatorio formal y me meten en una cuadra, que estaba llena de gente en colchonetas. Ahí estuve dos días, al tercero me llevan a la tortura feroz”, recordó la sobreviviente, quien mencionó que un día los sacaron a todos afuera y ahí le avisaron que la iban a legalizar. Fue entonces cuando le empezaron a dar de comer y a curarle las heridas. “A fines de noviembre, nos meten a un grupo en el camión y nos llevan a la prisión militar, me hicieron un interrogatorio de datos personales, me metieron en una celda con ventana y me permitieron sacarme la venda”, relató en lo que era la antesala de su paso por la penitenciaría de Córdoba, donde le hicieron un control de salud.
Sin embargo, ella no apareció en una lista de presos legales hasta el 12 de abril, día en que aparece el decreto PEN en el diario La Nación. “Mis padres se van a Córdoba, junto con mi suegro y pretenden verme, pero no había visitas, contacto ni cartas. Me dejaron ropa y artículos de higiene y me llaman días después a la parte legal de la penitenciaría donde me muestran una foto de mis hijos en Catamarca y una carta de mi madre, que me la leen pero no me dejan tocar. Yo estoy sin saber de los chicos desde el 5 de octubre hasta abril”, dijo. El 28 de noviembre fue trasladada en un Hércules a Buenos Aires, donde quedó detenida en Devoto. “Somos una familia diezmada por la represión, a mis hijos los vi recién en febrero de 1978”, advirtió sobre el final de su relato.
Gervasio Díaz, el hijo de Haydeé y Guillermo Díaz, fue el segundo testimonio y remarcó: El objetivo es “dejar absolutamente claro y que quede constancia de lo que implicó y las responsabilidades del Estado argentino de lo que fue el secuestro y la desaparición tanto de mi madre como de mi padre, hablo del Estado en democracia, en la ditadura genocida y el Estado de después”. “Quiero dejar en claro quiénes, cómo y cuándo fueron las personas que nos ayudaron a sobrellevar todo esto a partir del secuestro de mi padre en el año 75”, apuntó.
“Nuestra familia es un claro ejemplo de que la dictadura no empezó el 24 de marzo de 1976, el 8 de febrero de 1975 intentábamos iniciar una nueva etapa de nuestra vida en Tucumán porque habíamos tenido (los padres) intentos de secuestros que nos obligaron a dejar La Plata. Mi papá se fue a fines del 74 y nosotros cuatro o cinco días antes de la desaparición llegamos a Tucumán previo a un descanso de verano en Catamarca. Mi papá fue secuestrado con dos compañeros en Tucumán (Pedro Medina y José Loto). Los tres, al día de la fecha figuran como detenidos desaparecidos, son los primeros casos de la desaparición forzada y permamente. Ahí empezó el calvario de lo que fue el tormento de la desaparición, la tortura y el genocidio que llevaron adelante estos genocidas que siguen, después de tantos años, gozando de algunos privilegios”, reflexionó.
Al no poder encontrase con el padre, volvieron a La Plata. Su abuelo fue a visitarlos pero como no estaban en la casa, se fue a tomar un café con un amigo, mencionó en coincidencia con el testimonio de su madre. “Ya entrada en la dictadura fue el segundo secuestro en mi familia, un golpe durísimo”, explicó. Luego de varios días de tortura fue arrojado en Punta Lara. “Hizo mención a muchos niños, menores de 18 años, en los lugares de tortura. Entendemos que estuvo con los chicos de La Noche de los Lápices. Quedó muy mal de salud y poteriormente falleció de un paro cardíaco”, amplió.
“Al mes, el 5 de octubre es secuestrada mi mamá en La Plata. Estábamos temporalmente viviendo en otro lugar, mi mamá decide mudarse con unas amigas y el 5 de octubre sale a tener un encuentro con mi abuela. No supimos nada hasta que años después fue legalizada y la pudimos ver cuando fuimos a Devoto”, señaló Gervasio, quien junto a su hermano estuvo un mes sin saber dónde estaba, al día de hoy, hasta que fueron entregados a un tío abuelo materno. “Intuímos que la compañera y amiga (Liliana Violini) que quedó en la casa con nosotros pudo habernos protegido. Siempre pienso que fue así”, explicó.
Los padres de Haydeé continuaban sufriendo allanamientos, motivo por el que deciden enviarlos a Catamarca, para que queden al cuidado de los padres de Guillermo. Estuvieron más de una año allí hasta que aparecen “los primeros recuerdos de ese paso traumático”, mencionó. “Recuerdo los allanamientos en la casa materna, las sirenas, el temor que implicaba todo el tiempo”, explicó. “En el 77 nos cuentan que mi mamá había vuelto, como para ponerle un nombre y dimensionar cómo se le cuenta a niño de 4 o 5 años que después de dos años su mamá volvió, y empieza una nueva etapa, que significa estar pendiende de en qué momento nos podíamos volver a ver con mi mamá”, señaló en la continuidad del testimonio.
“Mi abuelo le contaba a una madre que estuvo meses y meses pensado que había pasado con sus hijos, la cotidianeidad. Pudo saber, a través de una foto que entrega mi abuelo paterno, que estábamos bien, sanos y con la familia (en Catamarca). La tortura no fue solamente física, fue simbólica, psicológica. No sólo para los que estaban secuestrados, como mi mamá, sino para todos los demás”, advirtió. “Cuando apareció mi vieja, no desapareció la tortura”, dejó en claro. Es que decidieron que los dos chiquitos regresaran a La Plata, con la familia materna y una vez finalizado el año escolar, para poder visitar a su madre en la cárcel de Devoto. “Siento que fuimos nosotros parte de esta tortura que tenían prevista y diseñada los genocidas para con nuestros padres, no solamente era para ellos, también era para nosotros”, lamentó.
Hizo hincapié en lo que significaba para ellos ir a la cárcel, “una de las cosas más aterradoras”, tal como lo definió en el juicio. Mencionó, en ese sentido, “la requisa, el maltrato, el miedo de entrar y no salir”. “También nos sometieron a la imposibilidad de contacto, nunca le pude dar la mano, no la pude abrazar, las visitas eran a través de un virdrio y un teléfono”, recordó. Luego y frente al “mal comportamiento de los hermanos”, los obligaron a ir por separado asique las visitas quincenales pasaron a ser mensueles. “Mi vieja fue liberada en los primeros meses de 1978 y recién ahí pudimos tener un reencuentro familiar, contacto con mi mamá y ya con todo lo que veníamos arrastrando del secuestro de mi papá”, explicó.
“La vuelta de mi mamá no significaba el fin del calvario, a mi vieja le dijeron que se salvó de esta pero de la próxima no y eso implicó que nos tuviéramos que ir de La Plata, reconstruir la vida familiar ya con la ausencia de mi papá. Fuimos a Catamarca pero mi vieja no pudo conseguir trabajo y en el 79 recaemos en la ciudad de Cipoletti porque hay una hermana de mi mamá acá”, relató, en lo que definió como “exilio interno”. Haydeé consiguió dos trabajos, uno en la Municipalidad y otro en una escuela. Poco después, fue obligada a renunciar en el Municipio y la presión recayó también en la escuela. “El director de la escuela, que poco la conocía, decidió que no la iba a echar, no le iba a hacer un sumario e iba a aguantar hasta donde pudiera. El estado no vino a darnos una mano, seguía persiguiendo, apretando, el Estado nos seguía sometiendo”, alertó.
Recordó, entonces, a los vecinos que se solidarizaron con ellos y acudían al mediodía para calentarles la comida o ver que estuvieran bien, ya que su madre estaba todo el día trabajando. “El Estado seguía somtiéndonos a la injuria y poder contar esto es importante porque no da cuenta del momento del secuestro, desaparición o tortura, da cuenta de la tortura psíquica que sufrimos durante y posterior a la dictadura”, señaló. Y puso como ejemplo las actividades que se solicitaban por el Día del Padre y el silencio, ya que no decían lo que realmente había sucedido por lo que el mensaje era que sus padres estaban separados. Su hermano lo hizo y una compañera le espetó que no era cierto sino que era hijo de un desaparecido. “Sabían quienes éramos, porqué estábamos ahí y cuando podían, nos hacían saber que teníamos que vivir el escarnio por haber sido parte de una familia que sufrió las consecuancias de la dictadura”, planteó.
“Nosotros entramos en las instituciones públicas con el ´no te metás´, ´no preguntés´ y ´algo habrán hecho´. Nunca pude hablar en la escuela primaria, tampoco en la secundaria. El primer acto homenaje que se hace en la escuela a la que yo fui fue en el año 2003. Nunca un 24 de marzo hubo una mención, reflexión o acercamiento”, precisó, pero remarcó que las herramientas como “la solidardad” las conoció con las movilizaciones. “Conocí el valor de la movilización y la manifestación para defender nuestros derechos, fue mi primera experiencia de salir a la calle para que esto no vuelva a ocurrir. Más adelante pudimos empezar a decir quiénes somos, hijos de quiénes éramos. Mi mamá, permanentemente y como pudo, siempre nos dijo la verdad. Siempre supe que mi papá había sido secuestrado y desaparecido y que mi mamá había estado detenida por la dictadura militar. Esa base de verdad fueron las bases que me consolidaron para llegar al momento en el que estoy”, amplió.
“Despues de tantos años, lamento decirles que no participo de este juicio para pedir justicia. Los momentos de justicia fueron los momentos de movilizacion, de justicia popular, de escraches públicos, encontrarlos y gritarles a la cara que son unos asesinos. Esos son los únicos momentos de Justicia que nos han acompañado. Quiero poder reivindicar a quienes con poco o mucho y jugándosela completo, nos permitieron llegar a este juicio y contar lo que nos pasó y lo que nos pasa. La posibilidad de poder tener a mi vieja viva, consciente, clara y sin dar ni un paso atrás, me permitió estar donde estoy y poder decir que desaparecieron a mi viejo, torturaron a mi vieja pero no pudieron cambiar la conciencia de todos nosotros”, advirtió. “Se llevaron los cuerpos de nuestros padres, pero no se pudieron llevar la conciencia. Vengo a dejar claro que lo que ellos llevaron adelante finalmente no lo pudieron cumplir porque nosotros estamos acá para contar quiénes son nuestros padres, por qué les pasó y qué les pasó”, sentenció.
El tercer testimonio fue el de Hugo Pujol, ex detenido y hermano de Graciela Gladis Pujol, secuestrada con cuatro meses de embarazo. “Yo tenía 20 años cuando fui detenido, en febrero de 1976, y estando en la cárcel me entero de la desaparición de mi hermana”, contó. Fue secuestrada junto a su esposo, Horacio Olmedo. De acuerdo a la información que le llegó a la familia a través de cartas, estaba embarazada y ese bebé debía nacer en febrero o marzo de 1977.
“No dejo de tener esperanza que mi hermana haya podido tener a su bebé y que ese chico, que hoy debe tener 44 años, un día aparezca. Tenemos fe de que ese chico, hoy adulto y casado, se pueda contactar”, manifestó.
Respecto a los años de plomo, recordó que “fue una época de persecución, no se podía hablar de manera franca y decir la verdad”. “Eran estudiantes que tenían sus ideas, su forma de ver la realidad, un idealismo sano, pensaban que sus acciones podían transformar el mundo, ayudar a la gente, pero hubo un plan bien organizado y se bajaron líneas represivas a todo el cono sur”, lamentó, al tiempo que precisó que la historia deja en claro “quiénes son los malos y quiénes son los buenos”. “Quedamos todos desmembrados”, admitió el hombre que estuvo detenido por ocho años.
“Los familiares que quedamos tenemos la esperanza de que se sepa la verdad. Verdad y Justicia. Es la única manera de tener el corazón un poco más tranquilo. Es muy importante que se haga justicia por la democracia y la Constitución”, reclamó Hugo ante el TO1 de La Plata. “Para poder preservar nuestros valores de tradición democrática, más allá de que haya dejado mucho que desear y no percibo que haya una verdadera democracia en este país y menos en este contexto que estamos viviendo, debemos esclarecer los hechos sucedidos”, planteó.
Son juzgados, por los delitos cometidos en el Pozo de Banfield y el Pozo de Quilmes, el ex ministro de Gobierno bonaerense durante la dictadura, Jaime Smart; el ex director de Investigaciones de la Policía bonaerense, Miguel Etchecolatz; el ex médico policial Jorge Antonio Berges; Federico Minicucci; Carlos Maria Romero Pavón, Roberto Balmaceda y Jorge Di Pasquale. También son juzgados Guillermo Domínguez Matheu; Ricardo Fernández; Carlos Fontana; Emilio Herrero Anzorena; Carlos Hidalgo Garzón; Antonio Simón; Enrique Barré; Eduardo Samuel de Lío y Alberto Condiotti. Por los crímenes de lesa humanidad cometidos en “El Infierno” también están imputados Etchecolatz, Berges y Smart y el ex policía Miguel Angel Ferreyro.
El debate
El juicio comenzó el 27 de octubre del año pasado. El Tribunal Oral Federal (TOF) 1 de La Plata -integrado por Walter Venditti, Esteban Rodríguez Eggers y Ricardo Basilico- juzga a 18 represores, entre ellos Etchecolatz, Juan Miguel Wolk y el médico policial Jorge Berges, por cerca de 500 delitos de lesa humanidad cometidos en los centros clandestinos de tortura, detención y extermino conocidos como el Pozo de Banfield, el de Quilmes y El Infierno de Avellaneda.