Como parte de las actividades que la CPM realizó con estudiantes de la Universidad de William and Mary en las primeras semanas de enero, se visitó el pabellón 4 de la UP 23 de Florencio Varela, reconocido por su experiencia de reflexión filosófica. El grupo de 20 jóvenes y dos profesoras se entrevistó con las personas detenidas y su coordinador, Alberto Sarlo. Acompañaron la actividad Sandra Raggio, directora general de la CPM, y Roberto Cipriano García, secretario ejecutivo.
El Pabellón 4 se conoce así, sin más referencias porque es distinto. Es una isla. “Si quieren ver la cárcel no es este pabellón, es de la puerta para afuera”, dice Nicolás, uno de los coordinadores del lugar. “Lo real de la cárcel es otra cosa, es estar atento a un sistema que te pisa a morir. Acá tenés la posibilidad de repensarte, en el resto no, sólo estás pendiente de sobrevivir día a día”, coincide Francisco, otro de los presos.
Este enero el pabellón recibió la visita de un grupo de estudiantes extranjeros, estadounidenses, que vinieron al país en el marco de un programa de intercambio pedagógico en derechos humanos que coordina la Comisión Provincial por la Memoria con su universidad, el College of William & Mary. Y en asamblea los presos aceptaron recibirlos.
“Enseñar los derechos humanos no sólo es estudiarlos y conocer la historia, sino estar. Estar en los territorios, con las víctimas, con ustedes acá. El curso al que asisten estos estudiantes se basa en eso, en ir a los lugares, conocer las experiencias donde se padece y donde se resiste también, como el Pabellón 4”, explicó Sandra Raggio, la Coordinadora general de la CPM, al presentarlos. “Este pabellón es un ejemplo de la resistencia y es algo que ustedes construyeron”, sumó Roberto Cipriano el secretario ejecutivo del organismo.
Alberto Sarlo es el abogado que inició el proyecto. Algo inesperado para una unidad penal: la propuesta de filosofar como modo de vida. “Cuando entramos en 2010 acá había manchas de sangre, se peleaba con facas, porque acá, como en todos los penales, el Servicio penitenciario delega la violencia y la administra. Acá no hay “limpiezas” hay coordinadores, no entran pastillas y no se negocia con el servicio. Desde que nos organizamos en 13 años hubo un solo hecho de violencia”, repasa frente al grupo de estudiantes acompañados por una intérprete.
En el pasillo del pabellón, sentados en largos bancos ubicados sobre las paredes y puertas de las celdas los jóvenes asistieron a una clase de filosofía. No fue algo armado para ellos, sino a la primera clase del año en ese pabellón donde la palabra “autogestión”, escrita grande en la entrada tiene cuerpo y contenido.
“Las nuestras son clases por fuera de la ortodoxia, de cualquier linealidad o formalidad académica, y la filosofía es nuestra herramienta. Como una capacidad innata de curiosidad, de preguntar. Pero no hacemos religión de la filosofía, no hay una respuesta final. La idea no es enseñar un compendio sino tener herramientas para pensar”, explicó Nicolás al iniciar la clase donde se citó a Descartes, se habló de la angustia que genera preguntarse sobre uno y el mundo, conocerse a sí mismo, se usaron ejemplos de la vida cotidiana en el encierro y se cuestionó todo.
“Enseñar es la posibilidad de romper con un destino planeado: la muerte en la cárcel. Haber aprendido que hay otra posibilidad es lo que quiero transmitir”, respondió Nicolás cuando le preguntaron sobre los trabajos de alfabetización que hacen con los detenidos que ingresan al pabellón y que buscan hacer en otros espacios del penal, como los llamados “buzones” que son los sectores de aislamiento.
“Pretendemos incluir, no es que aceptamos a la gente por su capacidad, buscando lo que ya saben hacer. Buscamos personas que tengan la voluntad de romper con un círculo que te apresa cada vez más: la violencia”, sumó Francisco. Y remató con claridad: “Acá te quieren negro y con faca. Yo encontré la posibilidad de dejar de ser funcional. Y en este pabellón cambia hasta el vocabulario”.
La autogestión para ellos implica cambiar la faca por libros, una rutina con talleres y espacios educativos que ellos mismos coordinan. Además de filosofar pueden aprender dibujo, música, poesía, discutir literatura. Llevan adelante la editorial “Cuenteros, verseros y poetas” y editan y arman sus propios libros “cartoneros”. Los visitantes se llevaron un ejemplar de cuentos gauchescos como regalo.
El diálogo continuó: “buscamos romper con estructuras preestablecidas, esas ideas como que no estudiamos porque venimos de barrios bajos como un destino, o porque eso es para giles, o que a la cárcel venimos a sufrir. Ideas que justifican una postura y modos de actuar. El problema de ¿cómo me ven? que me termina poniendo en ese lugar. La propuesta principal es conocerse a sí mismo, los conceptos que me hicieron, las palabras que me nombran”, dice Nicolás.
“Que lean, que estudien, que dibujen, que hagan música es lo fácil. El problema es zafar a los pibes de la muerte”, agrega Sarlo con el peso de la realidad. Porque la pena de muerte en Argentina formalmente no existe, pero la cárcel mata. Aunque algunos hayan podido construir una isla para salvarse de un destino de naufragio.
Fuente: https://www.andaragencia.org/